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Hildebrandt en sus trece, viernes 3 de junio de 2022. Año 13, N° 589; p. 20.

La trampa plurinacional

Agustín Haya de la Torre

Publicado originalmente en: Hildebrandt en sus trece, viernes 3 de junio de 2022. Año 13, N° 589; p. 20.

Agustín Haya de la Torre

Publicado: 2022-06-04

Gabriel Boric, el prometedor presidente de Chile, afronta serios problemas en los pocos meses que lleva en La Moneda. La primera sorpresa desagradable la recibió cuando su ministra del Interior resultó expulsada a balazos por la Coordinadora Mapuche. La organización reanudó sus actos violentos sin la menor consideración ante el nuevo gobierno, pese a sus declaraciones de respeto por las reivindicaciones de dicha etnia.

Boric y su coalición adherían en buena parte a la ideología plurinacional levantada por los promotores de los pueblos originarios. El plurinacionalismo considera que las etnias forman naciones definidas por su idioma, tradiciones comunes, cultura ancestral, asentadas en territorios desde antes de la conquista española.

Tal ideario reclama instituciones políticas propias, con autonomía y derecho a una justicia distinta. Dicho criterio niega el concepto del Estado-nación, al que caracteriza como dominado por los blancos. Así, el plurinacionalismo recoge las mismas ideas que el romanticismo alemán pergeñó en el siglo XIX, de modo que la nación surge de una base cultural y de tradiciones comunes.

Ideología congelada

El plurinacionalismo supone la existencia de pueblos originarios que provienen desde antes de la presencia ibérica. Los imagina congelados en el tiempo, ajenos a los procesos de mestizaje. Igual que los románticos decimonónicos, el plurinacionalismo asume una visión melancólica, donde solo la vuelta al pasado permitiría afrontar un presente degradado.

Por alguna razón inexplicable, los originarios se sienten al margen de los procesos de cambio. La evolución histórica de las sociedades no entra en su discurso. No importa que, en la mayoría de los casos, los originarios hablen español, ni que sus costumbres, sobre todo en el campo, aparezcan claramente influenciadas por una cultura bíblica decimonónica y fundamentalista. Además, los pueblos originarios tienen múltiples vinculaciones con el mercado, incluso con economías delictivas, fenómeno recurrente en la sociedad actual.

Esta ideología adquirió carta de ciudadanía en Bolivia y Ecuador, donde se la consagró como forma de Estado en reemplazo de la república. La nueva constitución boliviana causó desconcierto pues, de pronto, los hombres podían pegar a sus mujeres o a quien fuese en lugares definidos como ancestrales. El propio Evo Morales tuvo que poner orden y dejar en suspenso la novedad.

Igualmente, el presidente ecuatoriano Rafael Correa decidió poner punto final al hostigamiento a la inversión minera y petrolera, pronunciándose con energía a favor del capital. La poderosa confederación indígena lo declaró su enemigo.

La idea de pueblo originario no es muy consistente. La conquista abre un período donde no solo aparecen los virreinatos, sino que nace una nueva civilización, mezcla de europeos y amerindios, quizás única en la historia universal, cuya complejidad sigue discutiéndose, pero cuya realidad es evidente.

Una nueva civilización

Octavio Paz afirmaba que la nueva civilización no era ni india ni española. La guerra de conquista y las enfermedades disminuyeron radicalmente la población preexistente. Muchas lenguas desaparecieron, sin olvidar que el dominio de incas y aztecas, que construyeron grandes civilizaciones, sometieron a muchos pueblos para consolidar su dominio.

La riqueza de tal proceso continúa con la formación de las repúblicas y la evolución de las sociedades y la economía, con luces y sombras como toda creación humana.

El discurso plurinacional forma parte del ideario de Perú Libre, que reconoce, aunque sin mayor precisión, a los llamados originarios, que a su juicio deben formar la nueva Constitución. La asamblea que intenta convocar restringe la elección por sufragio universal. Desconociendo la igualdad de derechos, se pretende otorgar representación directa a los denominados originarios, que serían indígenas y afroperuanos.

Como sabemos, de las 55 poblaciones indígenas reconocidas, 53 suman apenas unas 350.000 personas. Los negros y sus diversas subcategorías componen un 4 % de la población.

La melancolía por la arcadia prehispánica no puede evitar que quienes se reconocen como quechuas estén dispersos por todo el país, igual que los afros, con marcadas diferencias sociales y culturales entre ellos. Si se trata de discutir originalidades, nada más novedoso que los criollos y los mestizos, que no existían antes de los virreinatos hispanoamericanos.

Igual base racista

Benedict Anderson señala con justo criterio que la nación resulta ser una comunidad imaginada. El asunto es si tal imaginación permite la generación de instituciones basadas en la ley y en normas que garanticen la convivencia en igualdad de derechos para todos, imaginación que reivindique la república como cosa de todos de acuerdo a su origen romano.

Los militantes del plurinacionalismo promueven quizás el mas excluyente y antidemocrático concepto de nación, vinculado finalmente a criterios racistas y a la añoranza de un pasado idealizado. Se convierte en la contraparte perfecta de la teoría del Gran Reemplazo, escrita por el francés Renaud Camus, adoptada como manifiesto por la extrema derecha que cree en el supremacismo blanco, a punto de desmoronarse ante la migración no europea.

Ambos extremos coinciden en la misma base racista. Para unos, los blancos ven amenazado su predominio en Europa; para otros, la raza cobriza es la que debe dominar en sus territorios ancestrales.

En el siglo XVIII no existían pruebas de la convivencia de hasta media docena de especies humanas distintas, ni se habían hecho los avanzados estudios actuales de genética sobre la evolución del Homo sapiens. En ese entonces, el filósofo alemán Immanuel Kant escribió con sabiduría que nadie es originario de un sitio pues el ser humano empezó a caminar por el planeta desde que apareció.


Escrito por

Agustín Haya

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