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VIRUS Y DOGMA

Agustín Haya de la Torre

Publicado: 2020-03-11

A fines del año pasado la República Popular China confirmó que un nuevo coronavirus afectaba a los seres humanos. Diez semanas después la enfermedad abarca todo el planeta, ahora supera las 100 mil personas con una tasa de mortalidad del 5%. 

Los chinos calificaron el problema como peligroso para la especie, pues se dieron cuenta que durante las primeras semanas no daba síntomas aunque contagiaba rápidamente.

Tomaron medidas drásticas desde el principio. Wuhan, una ciudad más grande que Lima fue aislada sin que la gente saliera de sus casas. La provincia de Hubei, de la cual es capital, con el doble de población que el Perú, soporta desde entonces la misma disposición.

Durante un buen rato algunos perdieron el tiempo en Occidente criticando al régimen por comunista, incluso sospechando ulteriores movidas financieras para apropiarse de acciones de grandes transnacionales.

Tan futil ejercicio cayó por los suelos al expandirse sin freno, la toxina. Del Asia saltó a Europa, y los demás continentes habitados. Italia perdió el control luego de aislar Milán y sus alrededores, para terminar en una cuarentena de toda la península.

España ve desconcertada como la epidemia crece imparable, mientras Alemania, Francia, Austria, Suiza o Portugal, suspenden vuelos, eventos o cierran fronteras.

Un dato clave es que tanto en China como en Japón o Europa, la salud es pública, universal, gratuita, de calidad. Todo ello acompañado de sistemas de salubridad e higiene que forman parte de su acervo cultural.

En el Perú dudan en intervenir a un posible infectado que se les escapa, sin enterarse que el Código Penal castiga con hasta diez años de prisión, de acuerdo al artículo 289, a quien propague una enfermedad contagiosa.

Salta el penoso drama de la salubridad, donde colegios, hospitales y prácticamente cualquier entidad pública carece no solo de agua, jabón o papel en los servicios higiénicos, sino hasta de los mismos. En las últimas décadas, preocupa a muy pocos.

El propio hecho de que las compañías de aviación se nieguen a transportar las muestras de los posibles contaminados, obligando a que viajen por tierra con el riesgo de malograrse, indica la precaria situación en la que vivimos.

Somos víctimas de un sistema constituido sobre el dogma del Estado supeditado al negocio privado, mientras lo público queda para los pobres, los que por “mala  suerte” terminaron al margen del decil más rico. Idiotismos como que “la crisis genera oportunidades” llena la boca de los neoliberales, en un país donde el 80% de las farmacias son propiedad de una sola persona. 

Ojalá que la precariedad de los servicios públicos aunada a la falta de formación de los gestores públicos no acabe en un desmadre. Bien haríamos en dar paso a iniciativas como las del SUTEP, de suspender las clases para que promuevan y supervisen la higiene escolar.

Siempre y cuando destinen una partida para exóticos elementos como baños limpios, agua potable, jabón, papel higiénico y mascarillas.


Escrito por

Agustín Haya

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Agustín Haya

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