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Fujitivos

Agustín Haya de la Torre

Publicado: 2018-10-25

Carece por completo de sentido que Daniel Salaverry, presidente del Congreso, caracterizado líder de Fuerza Popular, pida licencia partidaria para “ejercer el cargo con independencia”. Obviamente lo único que puede entenderse es su intento de librarse del yugo de la señora K. Todos los presidentes de la institución política por excelencia llegan al cargo en representación de sus partidos o de una coalición que los sostiene. 

Lo mismo sucede con la reunión de un grupo de congresistas fujimoristas con el presidente Martín Vizcarra, en momentos en que su jefa pasa por aprietos judiciales. Hasta un conocido cantante decidió lanzar un do de pecho por la libre.

La actual desbandada de la mayoría empezó cuando el hermano menor y sus cercanos rompieron el grupo para respaldar al ex presidente Pedro Pablo Kuczynski. Al recurrir a la ridícula denominación de un dibujo animado japonés, volvió a quedar claro que en el fujimorismo no son precisamente las ideas las que los identifican.

La nueva crisis de la agrupación familiar surge directamente vinculada tanto con la anulación del indulto fraudulento como a la actuación de un grupo de fiscales y jueces independientes que empiezan a ajustarle las clavijas a la mandamás. Toda una novedad desde que bandas como la de los “cuellos blancos” la cubrían.

Como sabemos, esta versión populista de derecha, sustentada en un vasto clientelismo que mediante dádivas consigue la adhesión de sectores pobremente educados, obtenía también el respaldo de grandes empresarios “agradecidos” por la derrota del terrorismo, aunque sobre todo por la práctica eliminación de los derechos sociales.

El desmembramiento de Fuerza Popular resulta una demostración más de que solo los vincula la expectativa de llegar al poder lo antes posible, NO están hechos para los avatares de la política, menos para soportar la pérdida de influencia en un sistema de justicia que corrompieron a su servicio.

Movimiento de ocasión, los asusta ver a su jefa con esposas y al esposo divagando. Llegada la hora de rendir cuentas de algunas tropelías, la “disciplina” queda disuelta.


Escrito por

Agustín Haya

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