A estas alturas encasillar la crisis que vive Venezuela como un conflicto entre la izquierda y la derecha, resulta un ejercicio inútil. El mismo día que un grupo asaltaba un cuartel en Valencia, se realizaba una interesante reunión entre dirigentes de la Mesa de la Unidad Democrática e importantes figuras del chavismo, interesados en defender la misma Constitución bolivariana.

El desgaste es palpable desde que Maduro fue elegido presidente, en abril del 2013. Obtuvo apenas el 50,6% de la votación, frente al 49,1% de Henrique Capriles.

Dos años después, en las elecciones parlamentarias, la MUD creció en siete puntos, ganando 112 de los 167 asientos de la Asamblea Nacional. El temperamento tropical del gobernante no lograba sacar a su país de la inflación, la escasez y la corrupción.

La alianza entre socialistas del siglo XXI y militares conservadores, que sustenta el poder, no atina a manejar una situación donde el petróleo cayó a la quinta parte de lo que valía en los tiempos del comandante Chávez.

Con una economía absolutamente extractivista, sin ningún esfuerzo diversificador importante, el Estado clientelista que le permitió una significativa adhesión popular, se desdibuja.

La irritante incapacidad para garantizar los servicios básicos y el abastecimiento de bienes, en una de las economías más ricas de la región, generan hartazgo.

Maduro, con inigualable torpeza política, ha convertido la confrontación en un dilema entre democracia y dictadura, El eje del conflicto, radica en su desesperación por sobrevivir en el poder, Por algún mecanismo más siquiátrico que político, cree que la suerte de Venezuela, incluso de América Latina, dependen de que siga como inquilino del Palacio de Miraflores.

Más de un centenar de muertos, no lo llevaron al diálogo, sino a convocar una estrafalaria “constituyente” de elección corporativa, donde en comicios fraudulentos, “descubrió”, en el más rancio estilo norcoreano, que obtuvo el 100% de las curules.

Obnubilado por un triunfo de pacotilla, no se da cuenta que su angurria por el poder, lleva a la derrota el legado social de Hugo Chávez.