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Ética republicana VS. oscurantismo clerical

Agustín Haya de la Torre

Publicado: 2017-08-04

A 38 años de promulgada la Constitución más avanzada de la historia del Perú, sus valores fundamentales siguen siendo un reto. 

La fuerza de la Carta de 1979 radica, por un lado, en que representó el consenso de sólidas corrientes de pensamiento, en particular social demócratas y social cristianas, que decidieron afianzar la organización del Estado, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas.

Proclamar que la persona es el fin supremo de la sociedad y del Estado, traduciendo en derechos fundamentales las libertades, le confiere un poderoso élan vital. Elevar a principio de la vida republicana el reconocimiento de que todas las personas nacemos libres e iguales en dignidad y derechos, supone un paso trascendente para abolir la discriminación social, racial, sexual o ideológica, en pro de la igualdad, la justicia y el bienestar.

Sentó las bases de una ética del discurso republicano, que debe afirmarse en una sólida conciencia ciudadana. Dichos criterios deben expresarse en el estado de bienestar, en el pluralismo, en el fin de la explotación.

La propuesta sufrió el atropello del golpe fujimorista de 1992, cuyo objetivo no era otro que violar los derechos humanos, atentar contra las libertades y saquear al país.

Contra el concepto social del 79, la dictadura impuso un esquema de individualismo exacerbado, a partir de una ideología de mercado sin control que funcionase solo por el lucro.

En las circunstancias actuales, el capitalismo pirata pretende saltar al terreno del control ideológico. La ética republicana, laica y plural, sufre el embate del oscurantismo clerical, que niega la igualdad de derechos.

Sus blancos la educación y la salud como bienes públicos. Pretenden reducirlos al arbitrio del interés privado. Sus propuestas de discriminación de la mujer, de la sexualidad o del desarrollo sostenible, ocupan su agenda.

El problema del país ya no es el de la inversión. El problema es el del ejercicio de la libertad de las personas para alcanzar su desarrollo pleno, ante el agresivo oscurantismo clerical.


Escrito por

Agustín Haya

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