LOS JUEGOS DEL HAMBRE
Agustín Haya de la Torre
El reciente caso de la bebida vegetal que la empresa Gloria vende como leche,
demuestra una vez más la desprotección del consumidor en el Perú. Los
industriales de la comida chatarra acumulan años de denuncias por la baja calidad
de sus productos, sin que hasta ahora el Estado logre regularlos.
El 2013, tras arduo debate, que contó con la fiera oposición de la industria, pudo
promulgarse una ley mediatizada, denominada “de la promoción de la
alimentación saludable para niños, niñas y adolescentes”, que cuatro años
después, carece de reglamento.
Los lobbies de las poderosas procesadoras de la mala nutrición, consiguieron que
la norma quede limitada a un grupo etario. Aparentemente convencieron a los
legisladores que a los 18 años, los peruanos podían atragantarse de calorías, sodio,
azúcares y grasas saturadas.
Existe una campaña internacional, impulsada por la OMS, la FAO y varios frentes
parlamentarios, para reducir los riesgos de las enfermedades y la desnutrición, que
provoca la comida chatarra. Las tasas crecientes de sobrepeso, obesidad, diabetes
y varios tipos de enfermedades cancerígenas, se originan en tales alimentos.
Contra lo que piensan los devotos del lucro, existe el bien común y el interés
general de promover las mejores condiciones para el desarrollo de una vida plena.
Por tal razón, las leyes para promover la alimentación saludable se centran en dos
exigencias básicas: que el etiquetado tenga una advertencia clara, que de un solo
golpe de vista permita al comprador saber si el alimento está libre de componentes
dañinos y, por otro lado, la verificación por una entidad pública de la calidad de sus
componentes, que debe igualmente ser exhibida.
Como en el Perú, el fujimorismo acabó con la legislación antimonopólica desde su
nefasta dictadura, las grandes empresas, cuyo distintivo favorito no es ningún
ovino sino un cráneo cruzado por dos tibias, gastan millones en engañar al
consumidor de todas las edades.
Si tuviésemos instituciones más serias, con toda seguridad que, como lo
comprueban en otras latitudes, los alimentos chatarra, apenas disimulan el
hambre, mal nutriendo a la gente.