ESTADO, RELIGIÓN, EDUCACIÓN
Agustín Haya de la Torre
La independencia de la colonización española durante el siglo XIX, se inspiró en los principios republicanos de la Ilustración, de libertad, igualdad y fraternidad. Tales propósitos debían consolidarse en las constituciones y los códigos. En ese tiempo, el continente albergó el mayor número de repúblicas en el mundo, dando fin al despotismo teocrático que durante casi tres centurias impuso la Corona.
La tensión con el antiguo régimen devino en confrontaciones diversas, tanto por razones sociales o económicas, como políticas y culturales. Algunas sociedades partieron de bases más firmes, generando en el tiempo Estados mejor estructurados, como México, Argentina, Colombia o Chile.
El gran lastre, junto al feudalismo, fue el enorme peso de la Iglesia Católica, que no se resignaba a perder sus privilegios en todo orden de cosas. La unificación de Italia acabó con los poderosos, militarizados y riquísimos Estados Pontificios. Sus ejércitos y sus riquezas quedaron reducidos al Vaticano.
Sin embargo, la iglesia Católica jamás renunció al coloniaje educativo ni a su intento de reducir las repúblicas a una caricatura, como estados confesionales.
La ola actual de oscurantismo contra la educación pública y el laicismo, tomando como bandera la lucha contra la igualdad de género y el rechazo a la diversidad sexual, no es nueva. En el Perú, cuando el gobierno de José Pardo legisló sobre el matrimonio civil, la Iglesia sacó gente en procesión a protestar contra “la destrucción de la familia”. Ocurrió lo mismo cuando en los años treinta se legalizó el divorcio.
Su mayor campo de confrontación resulta el educativo. Pretenden que como en la colonia, los hijos sean educados por los padres, para que no adquieran conocimientos que pongan en duda sus dogmas.
Intentan desconocer la educación como bien público, por lo que su ofensiva se dirige, otra vez contra el Estado laico. La presencia de un integrista como cardenal, permite tal agresión contra derechos fundamentales.
Le preocupa sobremanera al fundamentalismo el avance de la ciencia, que nos coloca al borde de la sociedad del diseño inteligente, un salto cualitativo de la especie, donde no solo las enfermedades, sino hasta la muerte, serán solo un problema técnico.